Hay muchos hilos que conectan El monstre con El cos més bonic que s’haurà trobat mai en aquest lloc, posiblemente la obra de la última etapa de Josep Maria Miró que más éxitos le ha dado. En la pieza que estrenó Pere Arquillué, teníamos el relato de un crimen en un pueblo aislado, cerrado. Había una carretera secundaria, disputas locales no resueltas y un enigma. Aquí, en El monstre, tenemos una localidad similar y otra vía poco transitada, pero en lugar de escribir un monólogo, el dramaturgo ha concebido un montaje, que también dirige, para tres actores. Uno es Santi (Albert Prat) y la otra es Berta (Àurea Márquez), una pareja irregular. En medio está, precisamente, el monstre (Joan Negrié).
Pero en el teatro de Miró nada es tan sencillo. De entrada, la escritura es rica y milimétrica. Juega intensamente con el simbolismo, quizá más que nunca, y con el género, porque El monstre bien podría ser una obra de terror psicológico, que el director acentúa con la banda sonora y una iluminación en claroscuro. Todo hace que permanezcas clavado en la butaca, expectante, siguiendo al detalle las intervenciones de los intérpretes.